EDICIÓN 2023

MOMENTOS DE TEMPORADA

AUN HAY ALGUIEN EN EL BOSQUE

El Colectivo Cultura y Conflicto lo fundaron en 2020 la periodista Teresa Turiera-Puigbó, la productora Judit Codina y el actor y director Joan Arqué. Posteriormente, se añadieron la dramaturga Anna Maria Ricart, el realizador Erol Ileri, la actriz y creadora escénica y visual Magda Puig Franta. Se trata de un equipo “multidisciplinar de profesionales que cree en la capacidad de la cultura como motor de diálogo y reflexión y como herramienta de transformación social”, que en 2021 hizo realidad su primer proyecto, del que os hablamos y le mostramos algunas imágenes.

La Guerra de Bosnia y la violación de niñas y mujeres como estrategia de limpieza étnica es el objeto de este proyecto, que ha rodeado por todo el Estado y del que también cuelga una actividad pedagógica dirigida a alumnos de secundaria y bachillerato.

Una lágrima corre mejilla abajo a una joven de unos 15 años, absolutamente corpresa. “Eso, a mí, nunca me lo había contado nadie”, dice entristecida. Acaba de asistir al estreno de la pieza teatral Aún hay alguien en el bosque. Está conmovida y las preguntas se le amontonan. Lo irá digiriendo. Cuando llegue a casa realizará las consultas pertinentes en internet sobre la guerra de Bosnia. No es necesaria ninguna muestra más para saber que esta pieza, construida al margen de los tiempos convencionales y de las lógicas de la producción teatral por el colectivo Cultura y Conflicto —el proyecto empezó la singladura en 2018—, se trata de teatro necesario e imprescindible.

Las lágrimas y la angustia de la joven han provocado asistir a la denuncia de la utilización organizada, generalizada y sistemática de la violencia contra las mujeres como arma de guerra y de limpieza étnica, en este caso a la guerra de Bosnia. Pero cuidado, porque ésta es una constante en un gran número de conflictos, armados o no, en todo el planeta, incluso en contextos de paz, que ha sido sistemáticamente invisibilizada e ignorada a lo largo de la historia.

Sólo hay que tener en cuenta lo que narran las mujeres inmigrantes que atraviesan el Mediterráneo en pateras, que el verdadero infierno no es el mar, sino el camino previo, en cuyo transcurso son violadas u objeto de tráfico; la la violencia sobre las mujeres rohingya de Birmania o las yazidís del Kurdistán. En Bosnia se calcula que entre 25.000 y 50.000 mujeres y niñas fueron violadas y que todo formaba parte de un plan trazado escrupulosamente, pese a que esta flagrante violación de los derechos humanos nunca estuvo sobre la mesa de negociaciones con otros aspectos de los que sí debatían las naciones implicadas.

El objetivo último de este excelente montaje es hacer la denuncia e involucrar al espectador en el tema interpelándolo directamente. Todavía hay alguien en el bosque es una pieza cercana al género verbatim -teatro documental- dirigida por Joan Arqué, con dramaturgia de Anna Maria Ricart y construida sobre los resultados de una labor de investigación periodística primotera de Teresa Turiera-Puigbó.

La manera de hacer la denuncia, nada fácil por lo que el tema tiene de complejo, delicado y potencialmente morboso, es acertada y efectiva: dar voz a quien no la tiene, a las mujeres violadas, que explican cómo vivieron el episodio más traumatizante de su vida y cómo todavía, por ellas, la guerra no se ha acabado, porque la guerra está en el bosque, porque todavía hay alguien en el bosque mujeres, con una risa extemporánea y nerviosa. Porque no se ha hecho justicia, porque algunas aún deben ver cómo sus violadores, que eran y son vecinos suyos, se pasean impunemente por el pueblo. Porque las administraciones que en 1995 dieron por finalizado el conflicto con los llamados Acuerdos de Dayton, las ignoran, la justicia de su país también es como si no existieran.

También se da voz a los hijos e hijas de las mujeres violadas, que fueron obligadas a tener a las criaturas y que posteriormente fueron estigmatizadas, al igual que ellos. Algunas mujeres les dieron en adopción, otras les criaron escondiéndoles la realidad hasta que ya no les fue posible.

Todo ello el equipo de Cultura y Conflicto lo consiguen sin mostrar ni recrear escenas de violencia explícita, sólo dejando hablar a las mujeres ya sus hijos, creando un espacio sonoro sugerente que favorece las intenciones de la pieza –obra de Pep Pascual y Judit Farrés- y salpicando ésta de unas dosis de humor negro, ideales de la ONU, en primer lugar, pero también de todo tipo de activistas y ONG, etc. vinculados a la aparición de redes de tráfico de mujeres y niños. Estos inteligentes recursos humorístico y la sutilidad, evitando recrearse explícitamente en el horror de las situaciones que se narran, evitan un colapso emocional que sería contraproducente.

El recurso dramatúrgico más destacable, que funciona para eliminar automáticamente la distancia que podría haber entre la platea y lo que se representa en el escenario, es el de interpelar directamente al público y hacer que se pregunte qué estaba haciendo el verano de 1992, con la Barcelona olímpica estallando de júbilo mientras en el corazón de Europa, a dos horas escasas de avión, se desarrolla. Este paralelismo, presente en todo el montaje de forma intermitente, obliga al público, aunque sea de forma involuntaria, a empatizar aún más si cabe, con aquellas mujeres y aquellos hijos y su sufrimiento. Los intérpretes entran y salen de sus papeles, explicando también ellos qué hacían ese verano de 1992.

La interpretación es de altos vuelos. Las actrices potencian sutilmente alguna de las características físicas o maneras de expresarse de las mujeres a las que encarnan y que el respetable que se ha tomado la molestia de realizar el visionado del documental homónimo –una de las tres patas del proyecto junto con una exposición fotográfica de Oriol Casanovas- detectará al instante.

Montse Esteve construye una Milika de un coraje infinito; Magda Puig es la impulsiva Lejla, joven hija adoptiva de una pareja de periodistas británicos e hija biológica de una mujer violada que la rehusó recién nacida; Ariadna Gil le sabe encontrar el tuétano en la Nevenka y Judith Farrés clava a la impenetrable Meliha y también hace episódicamente de Ajna, hija de una mujer abusada e impulsora de una asociación que apoya a hijos e hijas de mujeres violadas. Milika, Nevenka y Meliha pertenecen a credos distintos, una medida inteligente para evitar maniqueísmos. Óscar Muñoz tiene uno de los papeles desagradecidos, el del criminal de guerra serbobosnio Dusko Tadic, condenado a 20 años de cárcel por el Tribunal de La Haya.

La dramaturgia presenta un elemento extraño y se desvía de la tesis del discurso que presenta la violencia sexual como arma de guerra, cuando se narra la historia del fotoperiodista Jordi Pujol Puente, que fue asesinado cuando estaba cubriendo el conflicto. Es comprensible el afán por incluir el hecho en la obra, porque se rinde de algún modo homenaje a Pujol y se trata de una narración que podría ser objeto incluso de otra pieza teatral, pero además de alargarla innecesariamente, erosiona el trabajo que se ha hecho con anterioridad por lo que supone de lo que supone de Significativamente, la historia de Jordi Pujol no se menciona para nada, ni en el documental ni en la exposición fotográfica que forman parte de este proyecto.

Existe también cierta irregularidad en el apartado interpretativo con las apariciones del realizador audiovisual Erol Ileri, que no es actor. De sus intervenciones hay dos de un intenso dramatismo que requieren un alto nivel de organicidad, del que no dispone Ileri, para hacerlas verosímiles. La intensidad y el ritmo de la pieza se sienten. Ileri por otra parte es un realizador audiovisual de primera, codirector del documental con Teresa Turiera-Puigbó, y en esta obra introduce algunos recursos videográficos que ayudan a contar las diferentes historias ya resaltar su dramatismo.

Sin embargo, nada de eso resta méritos a un espectáculo que va en la línea de la vanguardia europea, del teatro verbatim que se hace en Reino Unido, pero también del teatro de denuncia que hacen grandes creadores europeos, con algún punto de contacto con el suizo Milo Rau (“No se trata de retratar el mundo sino de cambiarlo”). El visionado del documental no es imprescindible, pero sí recomendable, antes o después de asistir a la función de Encara hay alguien en el bosque, así como la visita a la exposición fotográfica de Oriol Casanovas, que se centra sobre todo en las mujeres y los hijos e hijas protagonistas de la obra. Ahora de gira por todo el país.

FIN

" No podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro, y evitar que los niños nacidos a consecuencia de las violaciones de guerra sean estigmatizados, en todo el mundo ".

Ajna Jusic no entendía los problemas psicológicos de su madre ni la dificultad de la relación entre ambas, ni el hecho de que no se supiera el nombre de su padre. En la mayoría de edad, ha comprendido el enorme esfuerzo que hizo la madre para conservar a la criatura, fruto de la violación de un soldado serbio durante la guerra. Ahora Ajna es activista y lucha contra el estigma de las víctimas de la violencia sexual.

" Cuando conocí a mi padre biológico le vi en la cara que era un asesino ".

Alen Muhic fue adoptado a los pocos meses de vida por una familia musulmana de Gorazde. Su madre le abandonó tan pronto como dio a luz, después de haber sido violada por un soldado serbio.

" Teníamos una vida normal hasta el 18 de abril de 1992 ".

Milica Dekic, mujer de origen serbio violada por soldados croatas. Vive en Vukosavlje, República Srpska. En junio de 1995 fue retenida en una casa del área de Odzak con otras 20 personas por soldados miembros del Consejo de Defensa Croata. Fue torturada y violada durante dos meses junto a otras mujeres. Conocía a los violadores. Cuando acabó la guerra, logró llevar seis ante el juez, pero sólo uno fue condenado y nunca llegó a entrar en prisión.

Los vecinos no han vuelto. Tengo miedo. Me siento como si todavía hubiera alguien escondido en el bosque ”.

Nevenka Kobranovik, mujer de origen croata violada por las tropas de los serbios de Bosnia. Posteriormente fue abusada sexualmente y rechazada por su marido, que había sido detenido en uno de los campos de concentración de la zona. Nunca pudo llevar a sus agresores ante la justicia por falta de pruebas y recursos.

" La primera vez que oí hablar de las violaciones fue cuando llegué al Tribunal de La Haya".

Dusko Tadic, fue el primer militar serbo-bosnio detenido y condenado por el Tribunal Penal Internacional de La Haya por la antigua Yugoslavia. Vive en Serbia, donde regresó después de cumplir 20 años de cárcel por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en la región de Prijedor. Fue condenado por asesinatos, violaciones y torturas en los campos de concentración de Trnopolje y Keraterm, en el Noroeste de Bosnia, un crímenes que él siempre ha negado.

Cuando me dijeron que era la hija de una mujer violada durante el conflicto de los Balcanes, ¡no sabía ni dónde estaba Bosnia, ni que había habido una guerra!

Lejla Damon nació el día de Navidad de 1992 en un hospital de Sarajevo. de las violaciones de guerra.

" Nos sentimos liberadas cuando vemos un criminal de guerra entre rejas ".

Meliha Merdjic, musulmana, de Visegrad. Fue violada a los 13 años. Su madre sobrevivió en el centro de violaciones y torturas de Vilina Vlas, en el valle del Drina. Ahora, ambas luchan desde la asociación de Mujeres Víctimas de la guerra en Sarajevo y siguen llevando a criminales de guerra ante la justicia.

La guerra en Bosnia y Herzegovina, el conflicto más sangriento en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, terminó oficialmente con la firma de los Acuerdos de paz de Dayton en noviembre de 1995. Para Alen, la guerra comenzó diez años más tarde, cuando supo que era adoptado después de que su madre le hubiese abandonado, porque él era fruto de ‘. Ajna no supo que era hija de una violación durante la guerra hasta que llegó a la adolescencia. A sus 25 años, ha comprendido el esfuerzo que su madre hizo para seguir junto a la criatura. Para Meliha (musulmana), Nevenka (croata) y Milica (serbia) la guerra tampoco ha terminado.

Ellas y las mujeres de sus familias fueron violadas y torturadas por parte de tropas de distinta bandera. Pese a haber sido capaces de llevar a los agresores ante los tribunales, muchas de ellas han visto cómo los responsables quedaban pronto en libertad. Las instituciones han tardado décadas en reconocerlas como víctimas y la sociedad mira hacia otro lado. ¿Cuál es la justicia que buscan?

Autora del texto: Teresa Turiera-Puigbó

Documental

Este documental da voz a las supervivientes y muestra su valentía por romper el silencio y luchar contra el estigma y la indiferencia, 25 años después.

Créditos

Dramaturgia : Anna Maria Ricart Codina

Investigación y documentación : Teresa Turiera-Puigbò Bergadà

Dirección : Joan Arqué Solà

Intérpretes : Ariadna Gil, Montse Esteve, Òscar Muñoz, Magda

Puig, Judit Farrés, Pep Pascual y Erol Ileri

Movimiento y ayudante de dirección : Carla Tovías

Música : Pep Pascual y Judit Farrés

Vídeo : Erol Ileri Llordella y Tyler Franta

Diseño de escenografía : Xesca Salvà

Diseño de vestuario : Rosa Lugo

Diseño de iluminación : Sylvia Kuchinow

Fotografías : Oriol Casanovas

Ilustraciones : Magda Puig

MOMENTOS DE TEMPORADA

AUN HAY ALGUIEN EN EL BOSQUE