Edición 2024 – 25

Opinión

Escribir como refugio

Jordi Palet i Puig, Dramaturgo

Mi casa es un refugio. Mi novio es un refugio. Mi familia es un refugio. Mis amistades son refugios. Mi trabajo es un refugio. La niñez es un refugio. Mi habla es un refugio.

Caixes de plàstic

Fuera de estos cobijos, me siento a la intemperie, sin saber demasiado dónde cogerme (y sé que estos refugios son privilegios de ficción, que contrastan con los miles de refugios reales donde miles de personas, si tienen suerte, van a parar. Me empuja, pero no sé de qué otra manera explicarlo).

Actor assegut d'esquenes

Digo que mi trabajo es un refugio

Pero mi oficio, no: por mucho que acumule experiencia, nunca tengo la seguridad de quien tiene mesas, bagaje, oficio por hacer y deshacer a corazón qué quieres. Siempre me parece que empiezo de cero, en cada nueva obra. ¡Y eso que ya llevo 41! Lo único que he aprendido de acumular años y proyectos es la capacidad de borrar y volver a empezar sin reparos.
Y me gusta escribir por encargo porque es ponerme en el lugar del otro, como si mi voz tuviera más sentido en un cuerpo ajeno que en el mío.

Digo que mi infancia es un refugio

Porque para mí fue un sitio seguro (y sé que no para todo el mundo es así). Vuelvo cuando tengo que aferrarme a algo. Es donde la mirada pasa por las manos antes que por la cabeza, es donde la vivencia pasa por los ojos antes que por las palabras y, asimismo, es donde las palabras pasan por el cuerpo antes que por el entendimiento. Últimamente, choco contra la idea de niñez que se esparce hoy: todo demasiado contado, todo demasiado sobreprotegido, todo demasiado comprable, todo demasiado deprisa, todo demasiado poco aburrido. Quien me conozca me lo habrá oído decir más de una vez: en el grupo de Pitus, del Zoo de Pitus, se reparten las tareas que hará cada uno, ya los pequeños no saben qué hacerles. Atención: ¡cuando dicen «los pequeños» se refieren a los de 8 años! ¡Estos eran los pequeños, cuando yo era pequeño! Ahora, en cambio, los de 8 años ya parecen estar de vuelta de todo… ¡sin haber ido! Creo que nos estamos comiendo la infancia. Es mucho mejor ser adolescente, y cuanto antes, porque éstos ya pueden gastar.

Este boquete es insalvable, no creo que tenga solución. Por eso me sigo refugiando en la infancia, explicando el mundo desde allí, porque es desde donde puedo permitirme el lujo de no entenderlo. Y me gusta escribir por encargo porque es ponerme en el lugar del otro, como si mi voz tuviera más sentido en un cuerpo ajeno que en el mío.

Digo que mi habla es un refugio

Y al mismo tiempo siento que soy refugio del habla, como tú lo eres con tu idioma. Tu idioma es el de tu padre y el de tu madre, y en mi caso, también el de mi madrina. Seguro que podemos identificar a qué niños y niñas se les habla y cuáles no. Si permanecen horas con sus abuelos, tienen riqueza de vocabulario y facilidad para construir discurso. También ocurre cuando tienen los progenitores charlatanes, claro. En cambio, hay niños y niñas a quienes en casa no se les dirigen. Y eso no lo salva el teatro… ni el sistema educativo, aunque a veces pasen trenes que te esperan y trenzas inesperadas. Un día, a una pareja que acababan de ser padres se atreví a decirles: háblele. Parece obvio, pero a veces nos olvidamos de dirigirnos a los niños, y las esponjas sólo absorben si hay agua.
Me gusta escribir por niños y niñas y decir palabras que no se emplean siempre, como por ejemplo la palabra «aclarar». Cada vez más cerramos los ojos, en lugar de cerrarlos, y con ello perdemos una forma de mirar. Cada palabra puede ser una ventana, y cerrando una ventana puede que la estés abriendo a otros mundos. Cada palabra puede ser una ventana, y junto a una ventana puede llegar a saberse la fórmula secreta para llegar a los cien años.